Una de las escenas más recordadas de El Padrino es aquella donde Don Corleone, protagonizado por Marlon Brando, acaricia un gato durante una reunión. Desde el primer instante se genera un clima fascinante y una interacción entre los personajes que dice mucho sobre cada uno de ellos. La sensación al ver la escena es de muchas contradicciones. Por un lado uno conecta con Don Corleone desde la simpleza y lo elemental del vínculo con una mascota, la suavidad de los movimientos, el afecto y la sensibilidad. Por otro lado se nos presenta la brutalidad del personaje y dudamos si será capaz de estrangular al gato en un rapto de furia o enojo. Ese pivot entre las dos sensaciones es crucial en la composición actoral y de una complejidad muy atractiva.
Roxana nos contó que al trabajar sobre la construcción del personaje, Marlon Brando quería parecer un bulldog y así creó el aspecto de Corleone, una de las claves del gran éxito de su interpretación. Pero además, trabajó sobre la idea del León como rey de la selva. Vimos en infinidad de documentales imágenes de leones macho jugando con sus cachorros. Más de una vez pensamos sobre que pasaría si el león se enoja o si será capaz de lastimar a uno de esos cachorros. Ese poder, ese lugar de rey de la selva, es el que trabajó Marlon Brando agregando también una dosis de la energía del gorila para cargar a Don Corleone de ese espíritu bestial y salvaje.
La postura corporal, su forma de hablar, su mirada, el caminar y unos postizos especiales que le deformaban la mandíbula dotaron de infinitos rasgos a un personaje inolvidable. A este mecanismo o herramienta que consiste en tomar diferentes energías y calidades de otros contextos, se lo denomina: Atribución.